¿En qué consiste la enfermedad atópica?
CONCEPTO Y MECANISMO CAUSAL
Denominamos enfermedad atópica a una aberrante y exagerada forma de reactividad funcional ante situaciones o estímulos más o menos agresivos y de muy diversa procedencia.
El término atopia (del griego a=sin, topos=lugar o sea»fuera de lugar, raro, extraño, distinto«), fue introducido en el año 1923 por Coca y Cooke para definir y clasificar a un elevado número de pacientes que presentaban asma bronquial y rinitis vasomotora o fiebre del heno. Al paso de los años se han ido incluyendo en este síndrome otras patologías de etiopatogenia o mecanismo similar como la dermatitis/eczema atópico, la conjuntivitis alérgica, la jaqueca y la urticaria crónica.
Diversos muestreos epidemiológicos han demostrado una incidencia heredofamiliar muy alta, con rangos que se sitúan en torno al 75% (tres de cada cuatro pacientes afectados por este singular trastorno poseen unos antecedentes heredofamiliares positivos).
Además de una predisposición genética elevada, se han involucrado otros factores influyentes en el desarrollo de esta enfermedad que parecen mostrar aspectos coincidentes desde un punto de vista inmunológico con la propia respuesta alérgica, como el hecho de que en ambos procesos se detecten niveles elevados de IgE sérica, una elevada capacidad de respuesta a las pruebas con diversas baterías de antígenos o una similitud en la liberación de mediadores de respuesta inflamatorios, como la histamina, interleukinas o interferones ante las agresiones alergénicas.
Los factores desencadenantes más comúnmente implicados en ambos procesos son múltiples y variados: ciertos alimentos, determinados fármacos, ejercicios violentos, ambientes muy calurosos, hiperhidrosis, fibras textiles acrílicas o de lana, pelos y plumas de mascotas, cosméticos inadecuados, algunos jabones y detergentes tensoactivos, la contaminación ambiental por humo o gases de combustión, polinización aérea, situaciones de estrés, disfunciones endocrinas, afecciones víricas, disfunciones digestivas, estados febriles, etc.
A pesar de que todavía existen controversias acerca de los mecanismos intrínsecos que desarrollan la respuesta atópica o alérgica, hoy día se considera a la enfermedad que nos ocupa como una especial predisposición personal para desarrollar reacciones alérgicas pero no como una alergia en sí.
LESIONES Y FORMAS CLÍNICAS DE LA ATOPIA CUTÁNEA
La dermatitis o eczema atópico se manifiesta con una particular sintomatología que puede diferir según la edad de incidencia:
La variante infantil del lactante afecta a recién nacidos desde las primeras semanas de vida hasta el año y medio de edad, manifestándose en su inicio con lesiones eczematosas de predominio facial en frente, mejillas y área mentoniana que se van extendiendo de forma progresiva a otras áreas cutáneas como cuero cabelludo, tronco, miembros superiores e inferiores, manos, pies, región inguinal y área anogenital o «del pañal». La evidente irritabilidad y dificultad para conciliar el sueño son indicativos de la presencia de un prurito intenso.
La variante infantil de la segunda infancia se presenta entre el año y medio de edad y los nueve o diez años, pudiendo ser una fase de inicio de la enfermedad o una continuación de la variante anterior. Las lesiones eczematosas presentan una afinidad selectiva por las áreas de flexión antecubitales, huecos poplíteos, cuello, axilas, tobillos y dorso de manos. La localización peribucal (queilitis atópica), palpebral (blefaritis atópica) y la xerosis cutánea suelen ser de presentación frecuente.
La variante adulto-juvenil comienza a partir de los 11 ó 12 años de forma inicial o continuada con lesiones similares a la fase anterior aunque con ciertas implicaciones sobreañadidas a la fase infantil, como las influenciadas por las modas en la vestimenta o situaciones de estrés emocional y trastornos psicoafectivos de relación interpersonal, tan propios de estas edades.
Además del prurito (considerado como el signo principal de la dermatosis), las lesiones eczematosas pueden presentarse según un patrón clínico de fases agudas y subagudas en las que suele predominar el eritema y la vesiculación y fases crónicas con un predominio de xerosis o liquenificación/hiperpigmentación reactivas debidas al rascado persistente e incoercible.
En este complejo y caprichoso proceso debemos considerar también la presentación de otras lesiones que acompañan a la dermatosis que nos ocupa y que se consideran y definen como «estigmas sintomáticos», como el pliegue sub-ocular de Dennie-Morgan, la pitiriasis alba o dartros volante, la dermatosis plantar juvenil, la queratosis pilar, la queilitis exfoliativa, el eczema del pezón, el prúrigo atópico, la dermatitis irritativa de contacto laboral (eczema del ama de casa), el eczema seborreico, la urticaria crónica, dermografismo, los eczemas alérgicos de contacto, la alopecia areata o el vitíligo.
TRATAMIENTOS Y CUIDADOS
- El control de la xerosis o sequedad cutánea constituye la pauta de atención inicial y fundamental dada la influencia y repercusiones secundarias de esta sintomatología en las demás manifestaciones clínicas y en la evolución del proceso. Para la higiene personal y mantenimiento de una adecuada hidratación cutánea deben utilizarse syndets jabonosos de avena y lociones/cremas emolientes con polidocanol, niacinamida, lactato amónico, karité, vitamina E, glicerina, aceite de jojoba, de aguacate, de gérmen de trigo, de borraja, alantoina, alfabisabolol, etc.
- El alivio del prurito es la segunda medida a tomar, toda vez que favorecerá la evolución y extensión del proceso eczematoso, impidiendo episodios de sobreinfección y liquenificación por el rascado excesivo. En este sentido estaría indicado el uso de lociones y cremas antipruriginosas con mentol, alcanfor, timol, o fenol, y la terapia oral con antihistamínicos como la hidroxicina, loratadina, terfenadina, astemizol,ceterizina,…
- El proceso eczematoso agudo debe tratarse con fomentos secantes de permanganato potásico, sulfato de cobre, sulfato de zinc o agua de Bourow. En las fases subagudas y crónicas está indicada la aplicación local de formulaciones magistrales personalizadas a cada caso que combinen corticoides débiles (hidrocortisona) o de mediana potencia (triamcinolona acetónide, betametasona, dexametasona o beclometasona) con antibióticos (mupirocina, gentamicina sulfato), antipruriginosos (indometacina) y emolientes (lactato amónico, urea, aceites vegetales y minerales.)
- La dieta debe estar exenta de posibles alergenos o ingredientes intolerantes. En la alimentación del lactante y del niño atópico se valora sobre todo la lactancia materna y muchos autores recomiendan evitar la leche de vaca, trigo, soja, en favor del uso de ácidos grasos omega 3 y 6 como complemento alimentario infantil. Las leches con proteínas séricas hidrolizadas enzimáticamente, aceites vegetales, dextrinomaltosa, sales minerales, triglicéridos de cadena media, aceite de pescado, adenosina, hierro, potasio, manganeso, sodio, guanosina, ésteres citricos de los mono y diglicéridos de los ácidos grasos, taurina, colina, vitaminas del grupo B, K, E, D, A, glicerofosfato cálcico, carnitina e inositol siempre son aconsejables por la ausencia de potencial alergénico e intolerante y sus equilibradas propiedades nutritivas.
En la dermatitis atópica del niño mayor y el adulto siempre es recomendable llevar a cabo una valoración personalizada de los ingredientes intolerantes o alergénicos en cada caso concreto, siendo recomendable evitar ciertos alimentos como los huevos, las fresas, tomate, nueces, chocolate, embutidos, ciertos pescados, mariscos, cacahuetes, cítricos, soja, maiz,… - El uso de medidas preventivas o estabilizadoras encaminadas a conseguir el adecuado confort y evitar situaciones molestas al paciente deben ser contempladas con detenimiento. Siempre es recomendable mantener un ambiente habitacional con temperatura constante y evitando un exceso de humedad. Las ropas o vestimentas no deben ser irritantes ni ajustadas en exceso y el detergente y lavados/enjuagues de las mismas serán cuidadosos y adecuados. No debemos de ignorar el indeseable efecto de las situaciones de estrés y conflictos psicoafectivos en la evolución de este caprichoso proceso y tomar las oportunas medidas para tratar de evitarlos/corregirlos a fin de conseguir la estabilidad emocional adecuada y precisa. En este sentido, la colaboración del psicólogo clínico o el psiquiatra puede ser necesaria y beneficiosa.
- La prevención y tratamiento de eventuales procesos infecciosos de etiología bacteriana, virica o parasitaria constituye una recomendación fundamental toda vez que estos pacientes presentan una especial susceptibilidad frente a cualquier situación patológica asociada. Los chequeos y medidas de control periódicos constituyen siempre una buena normativa para tratar de minimizar molestias a las personas que padecen y sufren un trastorno de tan compleja y caprichosa evolución.